Moda

Pablo Ramírez: 25 años de talento

El año pasado fue distinguido como Personalidad Destacada de la Cultura por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, y este 2025 va a celebrar su aniversario desde que fundó su marca: Ramírez. Fiel a sí mismo, hace aquí un breve repaso por su contundente trayectoria.

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Foto: Luciana Val y Franco Musso.

Un libro, un documental, un desfile y, si se puede, también una exposición. Cuatro formas posibles de celebrar los primeros 25 años de Pablo Ramírez (53), creador ilustre en la moda argentina y dueño de un sello inconfundible: la silueta perfecta y el color negro.

No es lo único que hará este año. El diseñador está habituado a tener la agenda copada de proyectos. “También voy a debutar como director de una obra en el Teatro Nacional Cervantes”, cuenta. Es así, no para. No lo planeó de esa forma, fue más bien algo que no pudo evitar, algo que llama un “impulso vital” que lo mueve desde que tiene memoria.

Nació en Navarro, un pueblo de la provincia de Buenos Aires. Su papá era mecánico y su mamá, dueña de casa. “En el contexto y en el ambiente en el que me nací y me crié, era muy difícil pensar en ingresar a la industria de la moda o del arte. Siempre digo que mi aproximación a la moda viene del dibujo. Desde muy chico soy un dibujante compulsivo. En el colegio usaba mis libros, el pupitre, todo lo que se me cruzaba lo dibujaba. Cuando entré al jardín de infantes, la maestra me retó por mi primer dibujo. Me dijo: ‘Pablito, las macetas no van en la cabeza’. Yo le dije que era un sombrero. Fue mi primer diseño” (ríe).

Esa fascinación por tomar un lápiz negro y redefinir contornos fue un impulso muy precoz también. “En mi casa se consumían muchas revistas semanales, Gente, Para Ti, en fin. En los años 70 y 80 la moda era bastante estridente, y yo tenía un juego que era delinear con un marcador negro a las modelos, a las actrices o a las vedettes. Las vestía de negro, les hacía cuello alto, les cubría todo el cuerpo. Creo que la silueta negra es como subrayar a la persona. Es la no distracción, que se vea a la persona como su mejor versión, que no haya algo que llame la atención más que ella misma”, describe el diseñador.

Cuando Ramírez tenía unos ocho o diez años apareció en su pueblo una escuela de danza. “Yo digo que soy una especie de Billy Elliot con mal final, porque no era en Irlanda, era en la provincia de Buenos Aires, y mi papá no era minero, era mecánico”, bromea. Le permitieron ir durante dos años a clases, después iba solamente su hermana, pero él se colaba como oyente. “Iba a mirar y, bueno, en los juegos siempre estuvo todo el tema del espectáculo y de la música. Se fue mezclando esta especie de vocación frustrada de bailarín con la admiración y la fascinación por el mundo del arte y del espectáculo, y del cine y de la literatura, con el dibujo. “En el colegio secundario todo el tiempo hice vestuarios, carrozas del carnaval, siempre estaba metido en eso, rondaba la decoración, la arquitectura, la escenografía, el vestuario, la coreografía”. Ese germen de director artístico necesitaba una estructura y el destino quiso que apareciera el lugar perfecto en el momento preciso. Terminé el colegio en 1989 y ese año se creó la carrera de diseño industrial y textil en la Universidad de Buenos Aires. Fue una gran suerte”, dice Ramírez.

L'OFFICIEL: Era lo que buscabas y no sabías dónde encontrar.

PABLO RAMÍREZ: Exactamente. Y además fue una experiencia pionera en Latinoamérica. Se me abrió ahí una posibilidad enorme de poder acceder a una carrera como esa y mezclarme con gente de mi generación y gente más grande de todas partes del país. Tanto absorbió todo lo que la UBA pudo darle que solo cuatro años después de haber entrado, Ramírez ganó el concurso Tela y Talento, organizado por la legendaria empresa argentina Alpargatas, para impulsar el trabajo de jóvenes diseñadores. El premio incluía un contrato para trabajar en la firma y eso le dio el impulso para obtener también una pasantía en París. “Gracias a este premio logré ingresar en la industria, podía trabajar en lo que me gusta y vivir de eso”.

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Modelo: Micaela Tosi.

EL DESPEGUE

En la década de los 90 muchas marcas cerraron o se fundieron con otras en Argentina, fue una época difícil para la manufactura local. “Yo de alguna manera sufrí parte de eso y quedé fuera de la industria”, recuerda. Pero la llegada del nuevo siglo marcó un nuevo inicio para Ramírez, y la consolidación de un ritmo que no paró más. “Me presenté a un concurso que organizaba el gobierno de la ciudad de Buenos Aires, que se llamaba El Diseñador del 2000. Y poco antes de eso me llama Fito Páez para que le hiciera el vestuario de una gira. O sea, concursé mientras estaba con Fito en el Gran Rex. Y aunque no gané ningún premio, me fue bien, porque al final del certamen se hacía una subasta de beneficencia con todos los trajes. Y bueno, nadie estaba comprando nada, cada diseñador se compraba su propio traje, y yo la verdad estaba un poco preocupado porque no tenía el dinero. Y cuando llegó mi turno se empezó a disputar la subasta y comenzaron a subir las apuestas. Quedé como en shock. Luego la productora de ese evento me llamó y me dijo que esa era una muestra de que tenía que presentar mi colección. Ella era Dolores Navarro Ocampo, una productora de modas muy prestigiosa de la Argentina, que falleció en 2019. Me propuso estar en los desfiles que ella organizaba, y ese fue el debut", recuerda.

¿Qué presentaste en el concurso?

PR: Había dibujado una especie de portafolio que empecé a armar cuando me quedé sin trabajo en Argentina. Me fui a Nueva York con una amiga fotógrafa. Pensaba que tenía que estudiar, pero con toda la gente que hablaba me decía que yo ya tenía una formación en la UBA y el know how de haber trabajado en la industria, que no había mucho más, que en realidad estaba más para trabajar que para estudiar. Empecé a dibujar y de alguna manera esa fue mi primera colección, que era toda negra. Tenía que ver con mi educación religiosa, con los hábitos, con las monjas, con los curas, con todo eso. Se llamó Casta.

Tal como le había pasado antes, los encargos y oportunidades se fueron superponiendo. “Me llamaron para hacer el vestuario de una ópera barroca en el Teatro Avenida, después hice la colección Tango, luego Patria, y al mismo tiempo Gustavo Cerati me pidió que lo vistiera para los conciertos sinfónicos. O sea, de alguna manera todo el tiempo fui intercalando la moda con el teatro, la ópera, los conciertos. Todo convive en mi trabajo".

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Modelos: Guido Tristan y Joaquín Ibarra.

EN EL ATELIER

En Chile hay preocupación por el recambio, en los talleres cada vez hay menos modistas y sastres especializados, ¿te pasa también?

PR: Sí, es un fenómeno mundial. Hace unos 10 años me llamaron para decirme que estaba el diseñador Albert Elbaz, de Lanvin, en Buenos Aires y que me quería conocer. Yo pensé que era una broma. Pero no, era él. Me superemocioné cuando llegó, nos pusimos a charlar. Él había escuchado de mí, creo que por Isabella Blow y por Karl Lagerfeld, que había estado haciendo en Buenos Aires la campaña de Chanel. Elbaz me habló de la libertad que tengo de hacer lo que quiera, de tener el control, no transar, no hacer nada que no me guste. Y también hablamos de que cada vez hay menos mano de obra. Me llamó mucho la atención que él, viniendo de allá, me dijera lo mismo. Yo pensaba que por lo menos en París eso estaba resuelto.

¿Cómo es la mujer que llega a tu atelier?

PR: Tengo desde niñas para sus fiestas de 15, hasta señoras, novias, madrinas. Otras tienen un evento, una fiesta. No hay un perfil. Pero siempre es un desafío hacer algo a medida, porque involucra interpretar, es mi mirada sobre esa persona, ese estilo, ese look. Al principio, cuando era muy joven, me parecía que hacer algo a medida no estaba bien. Pensaba: ¿quién en el mundo se va a hacer algo a medida? ¿Las princesas? Me parecía que era un concepto antiguo. Y después, con la madurez y con el tiempo uno va entendiendo. Hoy me parece entretenido, es un desafío intelectual poder cambiar del uniforme al vestuario de ópera, a la colección prêt-à-porter, al denim y al vestido personalizado a medida.

¿Tienes en la memoria alguna clienta que te haya acompañado siempre, que te descubrió en 2000 y hasta ahora, 25 años después, sigue contigo?

PR: Sí, tengo muchas, y con ellas conservo un vínculo. Cuando yo empecé quería ser un señor que haga ropa negra, que cuando alguien piense que necesita un buen pantalón negro, un buen vestido negro, un buen saco, vaya a lo de Ramírez. Durante los primeros años me decían que eso no sería rentable, porque quien ya compró, se armó el guardarropas Ramírez, y después, ¿qué hace? Y yo pensaba que no, porque cuando tienes piezas así, después quieres más. Y hoy, 25 años después, todas esas clientas vienen y me dicen: “Tengo perfecta tu ropa del año 2000, la del 2001, la del 2002, y esta pieza que se me gastó quiero que la vuelvas a hacer”. 

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Modelo: Joaquín Ibarra.

Styling: Pablo Ramírez

Maquillaje: Jazmín Calcarami para Calcarami estudio

Pelo: Andrea Bejarano para Calcarami estudio

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